Dijo también el Señor: Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos. Lucas 22:31-32
El día del zarandeo nos llega a todos, más tarde o más temprano, esto no depende de cuan fuerte, firme o «espiritual» hayamos estado previamente. Somos seres emocionales, de carne y hueso, que si bien gozamos de un espíritu , que en el caso que esté motivado por lo santo, sano, tenderá a elevarnos, a remontarnos, a llevarnos a lo recto, a los deseos del Padre; por el otro lado, también hay un cuerpo con deseos y necesidades que se quieren saciar en el ya, en el ahora. Pablo se lo escribió a los gálatas así: «Porque el deseo de la carne es contra el espíritu, y el del espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que querríais» (Gál. 5:17).
Así que si pensabas que el pecado era cosa del pasado en tu vida, y que las luchas carnales ya no las ibas a tener nunca más porque has tenido días donde el superman o supergirl espiritual estuvo reinando, lamento comentarte que la tentación llega un día. Los días de fiesta como la temporada que acaba de pasar : navidad, fin de año, reyes y otras tantas dependiendo del lugar donde vivas, para muchos habrá implicado eso: sentirse tentado. Para algunos, habrá conllevado hacer un verdadero esfuerzo por abstenerse de comer todo lo que se le pone delante, tomar alguna copa, bailar sensualmente, conocer a alguien y sentirse atraído o seducido; haber criticado, señalado o hablado de más de alguna persona... Ni hablar de aquellos cuyas debilidades que tienen que ver con adicciones químicas: drogas, alcohol, cigarrillo; o comportamentales: tecnológicas, redes sociales, ludopatía, compras...; o las tentaciones sexuales, a las cuales nadie ha escapado, todos las hemos vivido; ya que el coctel hormonal lo llevamos dentro todos. Hay un dicho en España que refleja esto: ¡la primavera la sangre altera! También se refieren a esto como la fiebre primaveral, en fin, que en las “calenturas”, todos hemos sido o seremos probados.
Habrá seguramente otras variedades de tentación, pero el punto es: ¿has cedido ante alguna? De ser ese el caso, lo cierto es que “caer” duele. Físicamente hablando cuando se cae de bruces, el dolor en las rodillas o en las manos o donde nos hayamos golpeado es duro; haciendo el parangón con lo que pasa a nivel espiritual, es igual o peor. Hay varias formas de reacción ante la caída: quedarse tirado en el suelo luego de ello o levantarte inmediatamente; sentirse fatal, lo peor, y dejar que la vergüenza gobierne; apartarse, creyendo que no hay remedio: “soy así y eso es todo”; o seguir el consejo del Espíritu Santo.: confesar el pecado y buscar ayuda, aprender de ello y recuperarse. El salmo 51 es el texto por excelencia, para hacer lo que corresponde, después de haber cedido a la tentación:
Ten piedad de mí, Dios,
conforme a tu misericordia;
conforme a la multitud de tus piedades
borra mis rebeliones.
¡Lávame más y más de mi maldad
y límpiame de mi pecado!..
Cuando se ha caído, lo primero que hay que apartar es el orgullo. Es el tiempo de postrarse con humildad, con sencillez de corazón, reconociendo la maldad del corazón; para que entonces el Señor haga su obra de limpieza (1 Jn 1:9). Volver a la casa del Padre, corregir, enderezar lo torcido; reconocer las debilidades, y que somos seducidos a causa de nuestra propia concupiscencia, es parte de lo que hay que hacer. No cometamos el error de echarle la culpa a nada o a nadie, porque delante de Dios, somos los únicos responsables; si bien cada cual dará cuentas, si hay alguno que haya sido de tropiezo.
Jesús está dispuesto a recibirte, ya que a través de Él recibes el perdón y eres redimido, rescatado. Su mano de amor está extendida, más aún Él se inclina para poder ayudarte, soportar tu peso y levantarte, limpiarte, cambiar las ropas de inmundicia y alentarte para seguir adelante. Recuerda que la vida no es plana, no es una carretera recta hasta el infinito, sino que tiene altos y bajos, «baches», caídas y levantadas, días de lluvia y de sol, inundaciones y sequías; pero Jesús está siempre allí, fiel a su promesa, comprometido contigo y conmigo.
Su amor es el que nos sustenta, no nos dejará hasta perfeccionar su obra en nuestras vidas (Fil. 1:6).
¡Cobra ánimo!
Rocío Salas
Amén 🙌