NO PUEDO DAR DE LO QUE NO TENGO, PARTE II
“Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.” Juan 13:34-35
Cada vez que escuchaba este versículo, me preguntaba: ¿Cómo puedo amar si ni siquiera me amo a mí misma? Verdad o no, así lo sentía y lo creía. No fue fácil cambiar este pensamiento, pero testifico que el Espíritu Santo me ayudó a entender y a reconocer que soy hija del Padre Dios Todopoderoso, de aquel que se tomó su tiempo para diseñarme y darme un propósito que cumplir en esta tierra. Con ello fui entendiendo y sintiendo el amor del Padre, y el saber que el Rey de reyes, un ser único y soberano me amaba, hizo que se calcinaran esos velos de orfandad.
Con el tiempo empecé a valorarme como persona, a amarme a mí misma, pero faltaba algo. Seguía repitiéndome y justificando lo poco afectiva que era porque no podía dar de ese amor que no me dieron de niña, y con ello, me sentía cómoda. Pero recordaba esa palabra que Papá me dijo por medio de una profeta de la casa: "Si supieras todo ese amor que tienes guardado en tu corazón". Y luego, meses después, en mi tercer encuentro, comprendí aun más, lo que es cargar con un corazón endurecido y herido por todo lo vivido en el pasado.
Desde ese momento, cada vez que podía, le pedía a Jesús que me enseñara de ese amor, de su amor; yo quería sentirlo, saber cómo se sentía amar genuinamente. Le pedía que me ayudara a romper esa coraza que había en mi corazón, a sanar mis heridas. Oh, Jesús, cuánto te demandé, te pedí, te rogué, mi Rey...
No fue hasta cuatro meses después del encuentro, de demandarte con tanto anhelo, que cumpliste mi deseo. ¡Bendito sábado de ayuno! Allí estabas hablándome, Jesús, por medio de tu profeta: “Preguntas ¿Cómo puedes dar de lo que no tengo?, no recibiste ese amor de niña y Jesús te está abrazando, te está dando todo ese amor que anhelaste y no te dieron. Jesús te devuelve a ese pasado, cuando eras niña, y te llena de su amor.”
No lo podía creer. Te sentí, Señor; sentí ese abrazo, ese amor. Me recargaste el alma, mi Rey. Rompiste esa coraza tan dura que me acompañó por tanto tiempo. Lloré tan intensamente, salía de mi todo ese quejido y dolor reprimido, no podía parar, sentía como un cincel y martillo golpeban una y otra vez esa oscura pared que había entre tú y yo... Sé que no es el final mi amado, sé que seguirás obrando en mi vida. Gracias, mi Jesús. Gracias, mi Salvador. Gracias por salvar mi vida... ¡Bendito, adorado y alabado eres, mi Señor!
Familia, les comparto mi vida, esta maravillosa experiencia. No podía quedarme callada... si el Señor lo hizo conmigo, también lo hará con cada uno de ustedes. Demanda, arrebata, créele, congrégate, trata de ir a los encuentros, a los ayunos, ora, gózate en su presencia, en su palabra. ¡Todo cuenta!
¡Te amo Jesús! ¡Estoy feliz, que privilegio!
Lorena Díaz Castilla.
Un testimonio fiel, por qué la obra de Dios nos es instantánea, sino por procesos, porque es Él quien crea manantiales en medio del desierto y ríos en la sequedad, bosques de pinos, cipreses y libanos, para que todos sepamos, quien fue quien lo hizo. Él mismo que nos extrae de la oscuridad a su luz admirable, para dar luz a muchos.